Joven, de largos cabellos y vistiendo de blanco, él y ella también de blanco, y el que llegó más tarde de azul. Eso al menos, cuentan quienes dicen haberlos visto vagar bajo la bóveda histórica en los sótanos del museo.
Primeras noticias de su deambular dieron alumnas y profesores de Ibérica Contemporánea de Querétaro en México. Después, de Canadá llegaron madre e hija con idéntica cantinela… El devenir de los años ha hecho que fueran muchas las personas que tropezaran con ellos y con la dama que comparte su eternidad etérea.
Ni siquiera las cámaras del circuito interno de vídeo pudieron ser testigos de estos encuentros. Inexplicablemente, la grabación siempre fallaba en ese momento… Intrigados, preguntamos a los nietos de la antigua propietaria…
Sus abuelos jamás les permitieron bajar solos a la bóveda. Por si las moscas, la bóveda está bendecida.